Una semana que en Nueva York estaba marcada por los preparativos para el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving). Tras esto la ciudad se convierte en un hervidero de compras, el famoso viernes negro, día en que también comienzan los preparativos para la Navidad.
Fueron unos días que no olvidaré, por muchas razones. En primer lugar lo que más me sorprendió fue el tono amable y abierto de los neoyorquinos, para viajar sólo, pasé la mayor parte del tiempo hablando por la calle. Mucha gente a tu alrededor te preguntaba y comentaba cualquier cosa.
Casi acabé con tortícolis, ya que todo el tiempo estaba mirando para arriba. El resto del tiempo estuve mirando a través del objetivo de mi cámara de fotos, eso sí, sin parar de andar por todos los distritos de la isla de Manhattan.Hacía bastante frío para ir callejeando por ahí, aun que de vez en cuando pasabas por algún portal con radiadores en el techo, y tomabas un café para calentar el cuerpo. No dejan de asombrarte los famosos chorros de vapor que salen por las calles y paredes y techos, el cúmulo de luces e imágenes del brillante Times Scuare, y el olor a quemado de los carros de venta ambulante de los hot dog, contrastando con el que sale de los carritos de los frutos secos tostados en azúcar.
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